La palabra “sacrificio” tiene un cierto halo misterioso que me llama la atención, esa referencia a los rituales a menudo sangrientos, por un lado, y a un ascetismo exacerbado, por otro. Sea como sea, me parece interesante reflexionar sobre este tema, porque estoy convencido de que la Psicología tiene algo diferente que decir.

Pensando sobre ello, veo que podemos hablar del sacrificio al menos desde varios ángulos. El primero es cuando ME SACRIFICO. Es la concepción más habitual, la de privarme de algo para alcanzar una meta. Vencerse a sí mismo. Es la forma de entenderlo que se une a la religión, a sacrificarse por algo o por alguien. La idea es que si me sacrifico, voy a conseguir un bien mejor o, seguramente, la remisión de alguna falta o al referencia a un futuro mejor. En esta forma de entenderlo, si hago algo mal y me sacrifico luego, contribuyo a mi perdón. Hablamos del esfuerzo personal para alcanzar un posible beneficio.. Cuando me sacrifico por algo o por alguien, lo hago en una expresión de amor, lo contrario sería masoquismo. Tiene mucho de renuncia y de esfuerzo, porque el objetivo merece la pena, y de superación. Es la acepción cercana al ascetismo.

También la palabra nos remite a cuando SACRIFICO ALGO. Enlaza con la concepción del sacrificio en que se ofrece a alguien, animal o persona, en un holocausto. El sacrificio de vidas humanas de civilizaciones antiguas, el sacrificio de animales inmolados… tienen como objetivo apaciguar a fuerzas misteriosas, normalmente identificadas como los dioses o dios. Esta idea ya no es la más habitual… por suerte para personas y animales. La idea de ofrecer algo como pago forma parte de nuestra carga histórica, y es posible que el sacrificio personal sea una forma de hacerlo sin implicar a nadie.

Hay una forma diferente de verlo, que curiosamente nos obliga a volver a la forma primigenia del acto del sacrificio, palabra cuyo origen se compone se “sacro” y “facere”… sagrado y hacer… así, mediante el sacrificio, CONVIERTO ALGO EN SAGRADO. Aquí entra la idea de que, con mi acción, doy valor a algo. Creo que es la idea que más se acerca a la Psicología. Realmente, sólo el oferente da valor a la ofrenda. Sólo yo, que me sacrifico, doy el verdadero valor a lo que ofrezco. Para ello, muchas veces, he de soportar cosas negativas y hacer un esfuerzo considerable… pero con mis ojos puestos en el futuro, vale la pena, porque tengo esperanza en algo mejor. La palabra esfuerzo está muy ligada al concepto de sacrificio, aunque creo que no es lo mismo. Hay esfuerzos que se pueden convertir en sacrificios y no hay sacrificio sin esfuerzo, pero no todo esfuerzo es directamente un sacrificio, porque a veces mi esfuerzo es para conseguir algo que me merece la pena o para salir de una situación que no me gusta, pero no doy ese toque de sagrado a lo que consigo, porque me quedo en la experiencia personal sin referirlo a otras. El toque mágico lo imprime el desde dónde hago el esfuerzo.

Honro aquello por lo que me sacrifico, porque reconozco su valor para mí y lo importante que es. El sacrificio, entonces, nos muestra el valor real que concedemos a las cosas y soy capaz de ver más allá de lo que son para intuir lo que significan, sus posibilidades. Esta mirada intuitiva es muy propia de la Psicología.

Viktor Frankl habla relativamente poco sobre el sacrificio. Lo conecta directamente con los valores de actitud que ponemos en marcha ante el sufrimiento, es decir, la forma en que respondemos a lo que la vida nos presenta de dolor en este momento. E intuyo que una forma de responder es vivir desde el espíritu de sacrificio, a partir del cual, lo vivo no como una renuncia, sino como una posibilidad de encontrar el sentido en la adversidad, que se llena de sentido e implica toda la vida y puede llegar a dar sentido incluso a la muerte. Cuando sufro y encuentro el para qué de ese sufrimiento, me acerco al sentido. Cuando con mi sufrimiento me sacrifico por algo, me acerco al sentido. No quiero sufrir, es lógico, pero cuando llega el sufrimiento inevitable una de las formas de otorgarle sentido es el sacrificio por algo. Y ese algo, como hemos recordado hace un momento, se engrandece, encuentra su verdadero valor y se convierte en sagrado. Y ya no nos quedamos en el sufrir por sufrir, sino que lo hemos imbuido de un espíritu que nos hace ir más allá de nosotros mismos. Porque en la esencia del espíritu de sacrificio está la idea de que soy capaz de distanciarme de mí mismo y salir al encuentro de los demás y de que soy capaz de renunciar a mí mismo para beneficio de otros. Entonces, cuando descubro que mi sufrimiento puede estar en conexión con los otros, despierto en mí el espíritu que encuentra sentido a lo que me está pasando. El sacrificio con sentido apunta más allá de sí mismo, porque es trascendente.

Por eso hablo de que el sacrificio, como lo entendemos ahora, no se fija tanto en lo que se quita, sino en lo que AÑADE. Y añade posibilidad de sentido ante lo no agradable de la vida. Y lo hago por medio de dar valor a la renuncia.

El sacrificio hace pasar de lo fáctico, de lo que me viene dado, a lo existencial: mi respuesta, mi decisión, ante lo que viene dado.

El espíritu de sacrificio, tal como lo voy entendiendo, es:

• GRATUITO: Es un dar sin esperar nada a cambio; de lo contrario, sería una estrategia válida, pero no algo sacrificado. Mi deseo es conseguir el bien de algo o de alguien. Sin más expectativas de recompensa, ni en este mundo ni en otros. Lo contrario, el esperar algo a cambio, nos llevaría a lo que conocemos como “síndrome del sacrificio” y a estar quemados. El sacrificio no es rentable.

• DISCRETO: Anónimo. Es un cambio vital de mentalidad del que no alardeo, sino que, en todo caso, relucirá en mis acciones. Discreto es también porque no espero reconocimiento.

• DECIDIDO: en cuanto que parte de mi voluntad y es una decisión que tomo en el aquí pensando en un futuro. Porque es una decisión, supera la tendencia impulsiva y permite trascenderse. Nace de una voluntad personal.

• PERSONAL: En cuanto que nadie puede hacerlo por mí.

Quizá la vida nos presente, en algunas ocasiones, momentos o circunstancias por las que vale la pena sacrificarse. Pero lo que sí nos ofrece, sin lugar a dudas, son momentos en que el sufrimiento entra y ante el que podemos dar una respuesta. Vivirlo como sacrificio es una opción que acerca al sentido desde la autotrascendencia. Vivirlo así me engrandece y me hace crecer como persona. Por eso hablo de tener un espíritu de sacrificio, porque si es posible que tengamos momentos de Sacrificio en mayúsculas, lo más cierto es que podemos convertir nuestro día a día en una práctica de la actitud de sacrificio.

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Imagen destacada: Foto de Tommy Milanese

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