El saber popular recibe la influencia del saber no académico, al que vulgariza para hacerlo accesible a las personas no expertas en ciertas materias. A su vez, el saber popular influye en el saber académico, pues este lo sistematiza en determinadas ramas del saber. Se trata de una influencia mutua y constante, un movimiento continuo de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, que abre y cierra las definiciones sobre lo que las personas en ambos dominios entienden sobre temas muy diversos. En el momento de entender qué es la política, este circuito en constante movimiento con momentos de reposo también experimenta la dialéctica que acabamos de describir.
Por política, el saber popular suele entender la acción de los políticos profesionales, los que trabajan en ayuntamientos, diputaciones, gobiernos regionales, senados y congresos, no como funcionarios, sino como legisladores, ejecutores, gestores, bien sea por el voto directo o indirecto; bien sea mediante otro tipo de procesos. También se entiende por política lo que realizan los partidos políticos, al menos en las naciones donde existen partidos políticos. En ocasiones se entiende por política el diálogo, opuesto al conflicto y a la guerra. Esta última, como dijo el militar prusiano Carl von Clausewitz (1780-1831), autor del famoso ensayo De la guerra (1832): «Es la continuación de la política por otros medios». E incluso podría decirse que la política, a la inversa, sería la continuación de la guerra por otros medios. Por tanto, en este caso, cuando el saber popular entiende por política lo pacífico es quizás, por influencia de los políticos profesionales, que de esta manera manejan prudentemente su relación con sus gobernados para que no detecten actitudes belicosas en su haber, o para que cuando ocurra un conflicto violento (incluida la guerra) lo vean como un evento extraordinario en vez de algo que está a la orden del día en la historia de la vida política. Pero la conexión entre la política y la guerra, de manera efectiva, fue resumida por el primer ministro de Francia Georges Clemenceau (1841-1929), que lo fue en dos ocasiones (1906-1909 y 1917-1920), con esta frase: «Mi política interna, hacer la guerra. Mi política exterior, hacer la guerra. Yo siempre hago la guerra».Así pues, la idea de política que se tiene en el saber popular, sobre todo en las democracias liberales que Bueno definió en 2004, «de mercado pletórico» capitalista, está muy influida por los llamados medios de comunicación de masas, que algunos han llamado «el cuarto poder» junto al legislativo, ejecutivo y judicial (luego veremos que los poderes del Estado son más complejos que hablar solo de estos tres, menos aún de un cuarto poder más privado que público). Estos medios ayudan a producir lo que se conoce comúnmente como opinión pública, cuya homogeneidad es difícil de determinar, y difiere de la mera opinión en que, supuestamente, es una tendencia o preferencia (virtual o efectiva) de una sociedad política o de la mayoría de la misma hacia hechos políticos y sociales determinados. Una persona puede tener opiniones que conecten con, o se inserten en, esa opinión pública. Pero la opinión a secas es la expresión hablada o escrita (publicada en columnas de periódicos, en vídeos, en audio, etc.) sobre cualquier tema, que no tiene por qué coincidir ni con la opinión pública, ni con el saber académico. Según el filósofo eleático Parménides (530-muerto en fecha incierta en el siglo V a. C.), la opinión o doxa (δόξα) es una conjetura confusa sobre la realidad opuesta a la episteme (ἐπιστήμη) o conocimiento. Lo que ocurre es que en la opinión pública hay más doxa que episteme, inducida además desde el poder político y los medios de comunicación de masas. Algo que no es bueno ni malo per sé, pues todo depende de los resultados obtenidos desde el poder a la hora de conseguir la estabilidad recurrente del Estado y del sistema político en lo que respecta a la producción de la doxa pública. Aunque la influencia en ella tiene sentido estratégico (particularmente durante procesos electorales), la forma en que se conforma dicha doxa pública, con una participación pasiva por parte de los receptores de información, actores y productores del saber popular, ha llevado a algunos, como al sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930-2002) a afirmar que la opinión pública no existe realmente. En palabras de Bourdieu:
[…] la opinión pública no existe, al menos bajo la forma que le atribuyen los que tienen interés en afirmar su existencia. He dicho que existen, por una parte, opiniones constituidas, movilizadas, de grupos de presión movilizados en torno a un sistema de intereses explícitamente formulados; y, por otra, disposiciones que, por definición, no son opinión si se entiende por tal, como he hecho a lo largo de todo este análisis, algo que puede formularse discursivamente con una cierta pretensión a la coherencia. Esta definición de opinión no es mi opinión sobre la opinión. Es simplemente la explicitación de la definición que ponen en juego las encuestas de opinión cuando le piden a la gente que tome posición respecto a opiniones formuladas y cuando producen, por simple agregación estadística de las opiniones así producidas, este artefacto que es la opinión pública. Simplemente digo que la opinión pública en la acepción implícitamente admitida por los que hacen encuestas de opinión o por los que utilizan sus resultados, simplemente digo que esta opinión no existe.
La opinión pública no existe (1972) Pierre Bourdieu
En resumen, la opinión que sobre la política tiene cualquier persona —flotando en el océano de la opinión pública, repleto de mareas, de olas, de turbulencias— acaba siendo una idea metafísica desde la cual es imposible volver al mundo de los fenómenos sobre los que, supuestamente, se forman dichas opiniones públicas. Como diría el expresidente ecuatoriano Rafael Correa (1963): «Desde que se inventó la imprenta, la libertad de prensa es la voluntad del dueño de la imprenta», y los periodistas «son propietarios de la opinión publicada» pero no de la opinión pública. Pero si la opinión pública no existe, como dice Bourdieu, entonces los propietarios de la opinión publicada (producida por los medios democráticos de comunicación de masas) son los únicos que llenan el hueco social y político de esa irrealidad llamada opinión pública.
Referencias a imágenes:
Imagen destacada: Foto de Egor Vikhrev